El Tlalocan, el "Recinto de Tlaloc", dios de la lluvia,
estaba situado en el primer cielo, encima del cerro de La Malinche, donde se
amontonan las nubes, al oriente de la cuenca de México. Era el Tamoanchan, el
"Cerro de la Serpiente" (en idioma huaxteco). Aquí, en una cueva,
Quetzalcoatl formó al primer hombre, le llevó el maíz y las demás semillas y lo
alimentó. Aquí también vivía la diosa del amor, Xochiquetzal, que fue mujer de
Tlaloc. En las fuentes es descrito como una especie de paraíso terrenal. Se decía
que en este sitio había muchos regocijos y que no había pena alguna. Era un
lugar donde jamás faltaban las mazorcas de maíz verdes, las calabazas, el
amaranto, el chile verde, los tomates, los frijoles verdes en vaina y las
flores. Allí vivían unos dioses que se llamaban Tlaloque, que eran los montes.
Éstos eran los ministros o ayudantes del dios Tláloc.
A este sitio iban los que morían ahogados en el agua. También iban
al Tlalocan aquellos que morían fulminados por los rayos porque se decía que
los dioses los amaban, que por eso se los llevaban para sí al paraíso para que
vivieran con el dios de la lluvia y de las verduras. Éstos que así morían
estaban en la gloria con este dios, donde siempre había maizales verdes, y toda
manera de hierbas que estaban verdes y las flores frescas y olorosas. También
iban al Tlalocan los leprosos, los bubosos, los sarnosos, gotosos e hidrópicos.
El día que se morían de las enfermedades contagiosas e incurables no los quemaban,
sino que enterraban los cuerpos de los enfermos y les ponían semillas de bledos
en las mandíbulas sobre el rostro. Les pintaban la frente de color azul y los
vestían con papeles cortados. En la mano les colocaban una vara. Decían que en
este paraíso siempre era verano.
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