Sobre este punto
se generaron opiniones encontradas. Para algunos estudiosos como Miguel
Covarrubias (1961) y Krickeberg (1961), su procedencia se remonta a la cultura
olmeca, de la que toma los atributos principales del hocico del jaguar. Éstos
evolucionaron hasta adquirir el aspecto serpentino anteriormente descrito;
incluso el mismo Alfonso Caso (1962) señala la presencia de la máscara de
tigre- serpiente.
Dado el entorno
ecológico en el que se desarrollaron los olmecas y las cualidades mismas del
jaguar, que sin duda le otorgaron a este felino un lugar primordial en sus
mitos e iconografía.
La boca felina en las representaciones olmecas
nos remite a las fauces de la tierra, puerta de entrada al inframundo. Ahí está
la vida, pero también la muerte, tal como cientos de años después se recrearía
en la imagen e interpretación de la deidad nahua de Tlatecuhtli, “el monstruo
de la tierra”.
En cambio, para
otros como Beyer (1965) y Bonifaz Nuño (1996), la antigüedad de la deidad
tendría que ubicarse en la era teotihuacana. Durante ella, el mito que
forzosamente tendría que haberse originado en el Preclásico, pudo bien haberse
reelaborado y etiquetado ya con las características generales más conocidas:
con su rostro serpentino. Con tales condiciones, Tláloc pervivió a través de
los siglos, hasta ser retomado por los mexicas, quienes lo enarbolaron como una
deidad de primer orden dentro de su cosmovisión y economía. Así lo apreciamos
en los siguientes dos ejemplos:
o
Tláloc tuvo una
activa participación en los mitos sobre la creación de su universo, tal como lo
señala Alfredo López Austin (1990): ...como creador, Tláloc lo fue de la luna,
del agua y de la lluvia y fue también uno de los cuatro soles cosmogónicos que
precedieron al actual.
o
Además de esto,
reinaba en su propio paraíso, el Tlalocan, que se encontraba ubicado al
oriente. A él iban a parar las almas de los ahogados o muertos por motivos
relacionados con el agua. Vasija con representación de Tláloc.
Entre los mexicas la configuración del símbolo
de Tláloc y sus significados alcanzaron dimensiones extraordinarias. En torno a
su culto se creó una compleja parafernalia, que buscó ante todo la continuidad
del orden cósmico y político.
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