Sacrificio de Infantes


Hemos mencionado reiteradamente que parte de los ritos propiciatorios para los dioses de la lluvia fue el sacrificio de niños; a oídos del hombre contemporáneo, esta práctica suena como un acto brutal e intolerable. Sin embargo, es necesario entender que la mecánica del mundo prehispánico estaba formada por creencias diferentes, ni mejores ni peores que las actuales, de las que dependía el orden y la continuidad del mismo.
Para adentrarnos un poco más en este aspecto, retomaremos el ya citado texto de Sahagún, que en el capítulo dedicado a las fiestas y sacrificios para los tlaloques, en el mes Atlcahualo, señala lo siguiente: “...para esta fiesta buscaban muchos niños de teta, comprándolos a sus madres. Escogían aquellos que tenían dos remolinos en la cabeza y que hubiesen nacido en buen signo. Decían que estos eran más agradables a los dioses, para que diesen agua en su tiempo”.
Antes de su sacrificio, los niños eran ricamente ataviados con piedras y plumas preciosas. Se les pintaba la cara y eran transportados en andas lujosamente adornadas, al compás de flautas y tambores; por donde pasaban, la gente lloraba. Los llevaban primero a un templo llamado Tozocan, en el cerro de Tepitzinco, donde pasaban la noche entre los cantos de los sacerdotes, que los mantenían despiertos.
Finalmente, eran conducidos al lugar del sacrificio. Si el niño en el tránsito a dicho lugar iba llorando, era tomado como señal de buen augurio, de que llovería pronto; si, por el contrario, se cruzaban en el camino con algún hidrópico, era un mal presagio, ya que creían que impediría la lluvia.
Los cerros donde se efectuaban estos sacrificios fueron el Cuauhtépetl, cerca de Tlatelolco; el Yoaltécatl, en la Sierra de Guadalupe; el Tepetzinco, pequeño monte que se ubicaba dentro de la laguna de Tlatelolco; el Poyauhtla, en la sierra que delimita a Tlaxcala con Puebla; otro era el cerro de Cócotl, en Chalco y también en el remolino de la laguna de México-Tenochtitlan, al que llamaban Pantitlan.
Tan relevantes eran la fiesta y el sacrificio de los niños, que si una persona abandonaba la ceremonia antes de su conclusión, era señalada públicamente y excluida de la sociedad, llamándole mocauhque o “dejado”. Así de tajantes eran las reglas para la vida y la muerte en el México prehispánico.


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